Hay casas que generan desasosiego, ansiedad, tristeza, falta de concentración y enfermedades. Y hay viviendas que producen el efecto contrario. Unas son refugios; otras son cárceles. La pandemia ha puesto en evidencia, más si cabe, que los edificios tienen efectos en el ser humano. Inciden en su salud mental y física.

La arquitectura puede, y debería, satisfacer las necesidades neurológicas de sus usuarios, dado que la población de las ciudades pasa entre el 80% y el 90% de su tiempo en espacios cerrados. De esto trata la neuroarquitectura, que no es otra cosa que la aplicación de la neurociencia a la arquitectura. Una disciplina joven cuyo inicio se atribuye al virólogo estadounidense Jonas Salk (1914-1995), que desarrolló la primera vacuna contra la polio y que atribuía gran importancia al papel de la arquitectura en la mente. En los años sesenta construyó el Instituto Salk en California, considerado el primer referente de la neuroarquitectura.

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Los pocos arquitectos que trabajan esta disciplina en España, llamada a protagonizar una revolución en la forma de construir, dan cuenta de que su principal cliente es de un perfil socioeconómico alto y que, aunque se podría aplicar en todo tipo de viviendas, lo más habitual es que sean casas de gran tamaño, en las que “es más fácil manipular el espacio”, afirma Antonio Ruiz, asesor de neurociencia en ARK Architects. “Los principales demandantes son empresarios o grandes directivos europeos”, dicen en este estudio, que tiene 35 proyectos de neuroarquitectura (finalizados o en proceso). Todos son casas de entre 700 y 3.000 metros cuadrados entre la Costa del Sol y Madrid. La arquitecta e interiorista María Gil cuenta entre sus principales clientes con futbolistas. Es el caso de la vivienda de Arturo García Muñoz, Arzu, exjugador del Betis. En obras está la de Adrián San Miguel (portero del Liverpool) y terminádose la de Juan Villar (ex del Recreativo de Huelva y actual delantero de U. D. Almería). En abril comienza a construirse la de Raúl Navas (exjugador del CA Osasuna y actual defensa del FC Cartagena).

Vivienda en Sevilla de 'Arzu', diseñada por la arquitecta María Gil.
Vivienda en Sevilla de ‘Arzu’, diseñada por la arquitecta María Gil.ALBERTO DASTI

La neuroarquitectura nada tiene que ver con la estética de la casa o con su diseño más o menos vanguardista. Es mucho más. “Algunos ejemplos arquitectónicos que encontramos en revistas de diseño son un atentado contra el sistema nervioso humano, aunque estéticamente sean edificios impecables”, dice María Gil. Pone como ejemplo el Museo Judío de Berlín, del arquitecto Daniel Libeskind, que induce al visitante a un sentimiento de angustia y desasosiego para trasladarle el horror que sufrieron los judíos. “El diseño fue intencionado, pero en otros casos son accidentes arquitectónicos que se pueden evitar”.

Esta forma de hacer arquitectura “nos permite profundizar en el estado cognitivo-emocional de los usuarios y determinar las directrices de diseño más adecuadas a este nivel, aunque no sean conscientes de ello”, razona Juan Luis Higuera, arquitecto e investigador del Laboratorio de Neuroarquitectura de la Universitat Politècnica de València. En una vivienda esto implicaría, por ejemplo, mejorar el descanso o rendir más en el trabajo o estudio.

Cuando una casa tiene la mayoría de las variables de diseño (geometría, iluminación, color, patrones…) mal configuradas, quien reside allí no es consciente de inmediato de las consecuencias que tiene para su salud mental. Sin embargo, “estos efectos leves, pero sostenidos en el tiempo tienen un elevado impacto a lo largo de nuestra vida. Pueden influir tanto en la calidad como en la esperanza de vida”, comenta Higuera.

Una casa que aplique la neuroarquitectura no se ve, no se distingue a simple vista. Pero se siente. “Y la sentimos a través de todos nuestros sentidos, incluso cuando dormimos”, dice María Gil. Esta arquitecta habla de la importancia de crear entornos seguros para aumentar el bienestar, la salud e, incluso, la inteligencia. “Las personas necesitan un entorno que sea sostenible con su sistema nervioso autónomo. Esa seguridad no entiende ni de cámaras de videovigilancia ni de guardaespaldas”, precisa.

La primera labor del arquitecto es la de conocer a su cliente (edad, experiencias, cultura, estatus, gustos…) y los factores del diseño que la neuroarquitectura ha descubierto que influyen en el estado físico y psíquico. “Comenzaríamos por crear entornos para la conexión social, así que sería importante unir algunos espacios, aunque sea de forma visual; cocina-salón sería un buen matrimonio”, señala Gil.

Hay que hacer una arquitectura sensorial que conecte al residente con la naturaleza de forma real o simulada y eso implica diseñar grandes ventanas que sean un escape psicológico. “O traemos la naturaleza a las áreas urbanas o nuestro cuerpo enfermará”, opina la arquitecta. La luz natural regula el reloj biológico, por lo que conviene emplear luces cálidas y tenues a partir del atardecer. “No podemos tener la misma luz por la mañana que por la tarde”, incide Antonio Ruiz, de ARK Architects. Importantes son los olores, que evocan recuerdos y generan estados de ánimo. “En el sistema de ventilación del aire instalamos aromatizadores que dependen de la cultura del cliente, de su país de origen o del estímulo que se busque. Por ejemplo, el aloe vera y el azahar relajan”, apunta Ruiz.

Hay materiales y formas que tranquilizan a través del tacto y la vista, como madera, piedra, algodón o piel. Es importante eliminar o minimizar los sonidos de baja y alta frecuencia, como ascensores, tráfico, pasillos, aires acondicionados o saneamiento, porque activan los sistemas de defensa inconscientemente. Los ángulos agudos son interpretados como una agresión, los techos altos fomentan la creatividad y los bajos favorecen la concentración. Por descontado que asuntos como la calidad del aire interior (más oxígeno, eliminación de ácaros y alérgenos…) o la contaminación electromagnética son esenciales en la neuroarquitectura.

Gran desconocida

En España esta disciplina es una gran desconocida y son muy pocos los estudios de arquitectura que la aplican. Nada que ver con EE UU, donde la Universidad de San Diego la incluye entre sus asignaturas. Lo que más se aplica hoy en España es la neuroarquitectura basada en la literatura científica, que cuenta con muchas investigaciones sobre diseño emocional, dice Higuera. En este caso, no tiene por qué suponer un sobrecoste económico para el cliente, es una cuestión de diseño. El problema es que, en ocasiones, “se encuentran supuestas aplicaciones de la neuroarquitectura en las que están presentes cuestiones de diseño que van en contra de algunas de las configuraciones que se han demostrado positivas”, añade Higuera. Por esto, en el grupo de neuroarquitectura de la Universitat Politècnica de València desarrollan unos protocolos para que el usuario tenga garantía de calidad.

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